Crear vida a partir de la nada es uno de los sueños primogénitos de nuestra civilización y la esencia del misticisismo
Esta exposición no intenta trazar un relato sobre lo realizado por el Gran Rabino Loew ni debelar el conocimiento y los secretos de la fuerza de la creación y de la composición de la existencia del ser humano.
Sin embargo, esta muestra colectiva sí trabaja sobre la posibilidad de introducir a imagen y semejanza de cuatro artistas jóvenes, criaturas artificiales nacidas en esta ciudad a la luz de la contemporaneidad visual, generando a su vez un puente entre Buenos Aires bicentenaria y la Praga de 1580.
Hacer que algo exista, producir un acontecimiento, o ser socio en la creación, son el privilegio que nos otorgan Itamar Hartavi, Maximiliano Murad, Ramiro Oller y Fernanda Piamonti. (aca el punto es aparte)
El Gólem fue creado en 1580 por el Rabino Judá Loew. Según el relato medieval fue a las 4 de la madrugada bajo los artísticos puentes de la ciudad de Praga con el barro acumulado en los costados del río Moldava. (punto seguido) Cobró vida cuando fue puesto en su boca un pergamino que llevaba el nombre secreto y sagrado del creador. El poder de ese conocimiento era tan contundente que fue capaz de insuflar vida a la materia más inerte. El Gran Rabino lo creó para que lo defendiera y colaborara con las tareas de mantenimiento de la sinagoga.
De hecho el Gólem no es un trabajador calificado, es una mezcla entre pequeño monstruo ó primer robot precario, una premonición primaria de la clonación pero en una fase muy experimental. (punto aparte)
Sea como sea, podríamos pensar al Gólem como una extensión de su inventor, que si bien tiene la capacidad vital, aún le falta el alma esencial.
De la misma forma que las fantasías nos hablan de quienes las sueñan o piensan, estos Gólems porteños nos brindan pequeñas pistas sobre sus creadores, y a diferencia de lo que sucedió en Praga, vemos cómo estas obras se distancian del propio artista porque ellos le insuflaron el hálito de vida, pero también la identidad de ser.
El Gran Rabino de Praga tuvo que matar a su Gólem cuando éste se rebeló y se convirtió en peligroso. Sin embargo, acá en Buenos Aires, los Gólems porteños se escapan de los lugares donde fueron creados y festejan su existencia mostrándonos su esencia.