En breve término Fernanda Piamonti consumó ya peripecias y aventuras variadas. Incursiones en escultura, escenografía, grabado, pintura, becas en el país y el extranjero dan cuenta de la raigal unicidad de su índole, de ese todo los fuegos el fuego de Julio Cortázar.
Pero no hay relumbres sino pavesas, rescoldos, en la serie que presentará en Coppa Oliver Arte. La saeta que apela su pupila es la entrevisión gótica, entrañable, de las márgenes del Riachuelo,primera fundación de Buenos Aires que más luego refundaron inmigrantes, artesanos y artistas en una saga que continúa,lentificada por la desidia,hasta hoy y más allá.
Piamonti se envuelve en estas nieblas del Riachuelo y hace oficio y metáfora del
encuentro existencial.Conoce,sabe,el derrotero de los poetas ribereños y de otras márgenes,goyescas,que frecuentó como becaria en Madrid.
Se detuvo -quien no- en las pinturas negras de la Quinta del Sordo. Pero las tinieblas
suyas son de otra índole, muy personales, urbanas, proletarias. Definitivamente ribereñas.
Fernanda esgrafía la imagen soterrada,la recupera -raspando la superficie del soporte-ganando palmo a palmo el oculto resplandor sepultado bajo el bitumen asfáltico.Son entrevisiones acechadas en la niebla del Riachuelo.
Tales intensidades no admiten las fiorituras belcantistas, siempre bellas pero ajenas. Para dar curso a estas pulsiones se necesita el desgarro del flamenco,la voz quebrada, próxima al grito, al desgarro. Hasta la oscura raíz del mito decapa palmo a palmo la superficie del soporte, dispone y respeta chorreados, veladuras y espesores de la materia. Carena la obra como los marineros operan con el éxido de sus barcas. O como labora la introspección en los entresijos del alma… o de la imagen, esas sombras y vislumbres que suele vestir lo inefable.
